
Este domingo fuimos Alejandro y yo a disfrutar de una reunión familiar, esas ocasiones en que hace siglos que no ves a la mitad de los asistentes y a la otra mitad ni sabes quienes son. La cosa se agraba cuando a pesar de llegar los primeros, como falta más de una hora para que llegue el resto, marchas a tomar algo a algún lugar cercano. Consecuencia: cuando llegas ya están todos sentados y sólo quedan dos lugares separados, es decir mis padres en una punta y nosotros dos en otra. Yo me iba arrimando donde estaban mis primos directos, a los que no sólo conoces si no que estas harta de verles, más vale "malo conocido que bueno por conocer" y nos saltan: "Ahí van tus padres, vosotros poneros en aquella otra mesa", miro hacia donde me indican y ¿Quién es toda esa gente?. Haciendome la loca empezamos a hablar con mis primos hasta que un alma caritativa que estaba en la mesa nos dice, sentaos aquí con tus padres así estaréis más cómodos. La verdad, si a Alejandro ya le gustan poco estas reuniones si encima no tenemos a nadie al lado con quien hablar sin empezar por el tiempo, mal vamos.
Por suerte la prueba se superó gratamente, la peque se comportó a pesar del jaleo que había y que muchos vinieran a tocar la barriguilla diciendo... "uyy que poquito te queda". Eso sí por la noche, ni Alejandro ni yo eramos personas, agotados hasta decir basta y yo con las piernas en consecuencia hinchadas cual patitas de bebé elefante.
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